10 de abril de 2012

Gritos de olvido

Delante de aquel gran espejo, Juana abrazó a su hijo tirado en la cama, un abrazo como el que nunca había dado a nadie antes.

Juana estaba en shock, aunque en lo más adentro de su ser, sabía, sin ninguna duda y después de haberle contado aquello, que el final de esa historia no sería nada agradable, pero ¿quién podría imaginaría este desenlace fatal?

Todo comenzó el 25 de julio de 1.938, en Fuentecabral, un pequeño pueblo de unos dos mil habitantes de la Sierra de Sevilla. La actividad de Fuentecabral, como en toda la comarca, era eminentemente agraria y ganadera. En los alrededores del pueblo, las grandes extensiones de olivares se alternaban con algunas plantaciones de trigo y girasol.

Aquel fatídico día entraron las fuerzas sublevadas a sangre y fuego en el hasta entonces tranquilo pueblo. Varias decenas de hombres armados hasta los dientes hicieron acto de presencia en la plaza del pueblo en medio de gritos y disparos. Algún que otro vecino, incluyendo a la mayoría del gobierno socialista local, se encontraban en paradero desconocido desde hacía aproximadamente una semana. Unos pocos no dudaron en salir de sus casas, vociferando “¡Arriba España!”, entre ellos, los dueños de la mayoría de las tierras del pueblo, el cura, varios guardias civiles y algunos otros ataviados con camisas azules.

El mando del pelotón sacó un papel de su bolsillo y comenzó a leer un discurso ininteligible para la mayoría de vecinos analfabetos que miraban recelosos desde sus ventanas o escondidos como si de un bombardeo se tratara. Para finalizar, dijo algo que todos entendieron: